El desplazamiento de la línea diplomática y el despliegue de la Cuarta Flota marcan el triunfo del lobby de ExxonMobil, que busca proteger sus intereses en Guyana
El inédito despliegue en el Caribe coincide con el desplazamiento de Richard Grenell, el negociador especial que había designado Donald Trump en Venezuela. Grenell, que construyó un canal diplomático con los funcionarios de Maduro, perdió la batalla interna con el secretario de Estado Marco Rubio.
En paralelo a esto, se dio una batalla corporativa en Washington, donde la petrolera ExxonMobil terminó de torcerle el brazo a Chevron. La decisión de Trump de militarizar el conflicto con Venezuela marca el final de la etapa diplomática.
Grenell era el negociador que mantenía puentes con el gobierno venezolano y era la garantía política para que Chevron siguiera operando en la Faja del Orinoco. Pero su desplazamiento a manos de Marco Rubio dejó a la única petrolera estadounidense en suelo venezolano sin su principal escudo político.
En su lugar, ganó la línea de ExxonMobil. La compañía, expulsada por Chávez y hoy dueña de facto del petróleo en Guyana, necesita neutralizar la amenaza de Nicolás Maduro sobre sus plataformas. Para Exxon, la convivencia no era negocio ya que dejaba latente el reclamo territorial venezolano.
El arquitecto intelectual de este giro es Elliott Abrams. El veterano operador le marcó la cancha a Trump advirtiendole que corre el riesgo de quedar como un “fanfarrón inviable”si no lanza un ataque militar urgente. Si Maduro sobrevive, afirma, “quedará demostrado que la influencia estadounidense en el hemisferio occidental es limitada”.







