Por momentos, la Ciudad de Buenos Aires parecía vivir una jornada electoral como tantas otras: colas en las escuelas, fiscales con cara de mate frío y vecinos que se cruzan sólo una vez cada dos años. Pero debajo de la superficie, esta elección se distingue por sus particularidades: la primera gran jornada electoral atravesada por la inteligencia artificial como protagonista (y no solo como herramienta), rumores digitales que casi alteran el tablero político, y un sinfín de escenas que pintan de cuerpo entero la mezcla de solemnidad y comedia criolla que caracteriza al voto porteño
La noticia se expandió como pólvora en redes sociales cerca de las 8 de la mañana: Silvia Lospennato habría bajado su candidatura. La “información”, replicada por cientos de cuentas automatizadas y hasta algunos portales marginales, llevaba incluso una imagen con estética oficial y declaraciones falsas. Fue recién una hora después que su equipo desmintió categóricamente la versión y denunció la campaña como una operación generada con inteligencia artificial.
Especialistas en desinformación detectaron que los posteos salieron desde una granja de bots que operaba desde múltiples servidores en el exterior. La imagen apócrifa mostraba una carta de renuncia falsa, con una firma que, según análisis forenses digitales, fue reconstruida mediante un modelo de generación de texto por imagen. No es la primera vez que la IA se cuela en una campaña, pero sí la primera que lo hace con semejante precisión y efecto multiplicador.
Desde el centro de campaña, Lospennato votó pasadas las 10.30 en una escuela de Belgrano, rodeada de cámaras, y aprovechó la ocasión para declarar: “No nos van a correr con mentiras fabricadas por máquinas”.
Jorge Macri, actual jefe de Gobierno, se presentó a votar en Palermo cerca del mediodía, con remeras de su partido repartiéndose en silencio en las inmediaciones. Tenía previsto hacerlo más temprano, pero su equipo de comunicación decidió retrasarlo para no coincidir temporalmente con Milei, y que el presidente le robe cámara.
Por su parte, la candidata progresista Clara Rojas emitió su voto en el barrio de San Cristóbal, donde aprovechó para denunciar “maniobras digitales que deben preocuparnos a todos”. Lo curioso fue que al entrar a la escuela, un grupo de estudiantes confundió a su equipo de prensa con un set de TikTok y les pidió que bajaran el volumen para grabar un video de baile.
Entre las anécdotas del día, se destacó la de una mujer en Villa Urquiza que llegó a la mesa con una boleta del año 2019, convencida de que era la correcta. Otro votante, en Balvanera, tuvo que ser escoltado fuera del cuarto oscuro tras quedarse allí más de 12 minutos: cuando salió, explicó que se había puesto a leer el texto completo de las plataformas electorales. “Quería saber de verdad qué prometen”, se excusó.
En una escuela de Caballito, un fiscal denunció que un votante intentó ingresar con un perro “emocional de asistencia”, y al no poder hacerlo, el animal esperó atado a un pupitre del pasillo, generando ternura y selfies por igual. Al cierre de esta nota, el can era trending topic.
El día transcurre con normalidad en términos logísticos, aunque con un clima nuevo: el de una ciudadanía que ya no solo mira a los candidatos, sino también a las pantallas, los hashtags y las cadenas virales. Las autoridades electorales confirmaron que hubo un despliegue especial para monitorear redes y detectar noticias falsas, aunque admitieron que los sistemas están “corriendo atrás de la creatividad digital”.
La ciudad se prepara para un cierre sin sobresaltos pero con la certeza de que algo cambió: la desinformación dejó de venir en pasquines mal impresos para adoptar la forma de inteligencias que, aunque no votan, ya impactan.
Como dijo un cronista viejo en una mesa de café de Congreso: “Antes mentían los punteros; ahora, mienten las máquinas. Pero los que votan siguen siendo los vecinos”.